Esta historia es enteramente verdad porque yo la he imaginado de principio a fin.
-Boris Vian-
Nací el 31 de enero de 1985. Es decir: el día en el que el Papa vino por primera vez a Ecuador. Algo, si se quiere, digno de ser conmemorado. Pero, aparte de eso, nada de memorable hubo en mi nacimiento.
Muévete que tenemos que salir. En la calle había aumentado la gente que trataba de subir en los buses que los llevaría a la Alborada. Él movió la cabeza con desgano. Mejor anda sola.
Se fue en medio de la pequeña turba que agitaba las manos entre los buses. La lluvia y el lodo no era impedimento para asistir a un evento tan importante. Él estaba en el cuarto, grande y desordenado, miraba las paredes rajadas y con manchas de goma amarilla, la cama sin hacer. Yo no pienso arreglar esto. Se levantó, bebió un trago y salió a la calle para acompañarla. Llegó el Papa, llegué yo.
Hoy, 33 años después, estaba revolviendo los “papeles importantes” de la casa en el cajón donde flotan — entre neblinas de recuerdos — las dudas, los problemas, los orgullos, la historia de vida de ocho personas. Manoseo todo, las fotos, los primeros dientes, el carnet de salud; palpo sin querer, un hueso de muerto.
Sonrío.
¿Qué haces en mi cuarto? Nada, estoy buscando un certificado del pago de los predios urbanos y no lo encuentro. Estira su mano, me mira confuso y me da una carpeta que dice: Municipio de Guayaquil, alcaldía de Martha Bucaram de Roldós. Entre polvo y polillas encuentro lo que buscaba. Me llevo con apuro algunos documentos.
Durante toda mi infancia odié la expresión «hazlo tú sola, tú puedes, mira cómo te las arreglas». A pesar de todo, no había inferioridad, yo era un ser más. Mi madre me trataba con ruido, fuerza, amor e ira. Quería hacer de mí una persona valerosa. Lo consiguió. Siempre que yo salía, ella se quedaba parada en la puerta, estiraba el cuello para ver cómo me iba, luego se echaba a llorar, serena, con una sonrisa hermosa. Sigue leyendo «Diagnóstico»
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